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Cristofor Gartza

El Tolkien de la Logse

Hay cosas que no se pueden discutir. Incluso el más acabado producto de la cultura contemporánea terminará por admitir que un libro es un libro, y que en él se dice lo que su autor quiso decir. Sin embargo, con la conversión de la obra del profesor Tolkien en objeto de culto y de comercio, se le está exponiendo a todas las tentaciones de la LOGSE.

Cuando, entre 1936 y finales del siglo XX, la Tierra Media fue campo acotado para quienes la leían, y para quienes se recreaban en ella, la saga de Tolkien cumplió las múltiples funciones que su creador entrevió en la literatura épica y mitopoyética. Tolkien dio nuevo cauce a los valores eternos de lo europeo, y criticó desde ellos los avances de la modernidad. Esos avances, sin embargo, han globalizado a Tolkien, lo han hecho universalmente conocido, aunque no universalmente estimado ni entendido. Lo que es un problema.

Hace un año –denso de acontecimientos, pequeños y grandes, positivos y negativos– se anunció en estas páginas el estreno de la tercera y última parte de la trilogía cinematográfica basada en El Señor de los Anillos. Y ya entonces, con indudable acierto, se señalaba la contradicción entre la tradición recreada por el oxoniense y la cultura de la LOGSE, del botellón, de la discoteca, de lo primario. En efecto, resulta poco probable un Samsagaz que, ocupado en sus asuntos o en su resaca, se negase a la áspera tarea de servir hasta el extremo la causa ¿perdida? de Frodo Bolsón. Y resulta risible la idea de un Peregrin o un Meriadoc que, en plena epopeya, se nieguen a aceptar como más autorizadas las decisiones de Théoden, Elrond o Galadriel.

La contradicción entre el modo de vivir que hoy se nos propone y el mito-Tolkien es radical. Sin embargo, la difusión por todos los medios de la historia por él narrada, ¿contribuye a difundir sus valores o más bien los adultera?

Un día de optimismo puede pensarse lo primero. La realidad cotidiana de la mayor parte de nuestra juventud prueba la segundo. El héroe de la LOGSE es Boromir, porque es el más violento, el más duro, el más gallo. En él se aprecia el pragmatismo, y en definitiva se entiende que pida el Anillo del mal; cuando en realidad sólo su redención por amor en sacrificio extremo lo hace heroico.

El Tolkien esencial de los medianos humildes y alegres, los elfos lejanos y sabios y los guerreros terribles de nuestra tradición, sigue vivo donde siempre estuvo: no en las hipergonadales víctimas de la LOGSE, sino en los campos hobbit, en las iniciativas que surgen vigorosas y, ay, siempre minoritarias, de nuestro filón espiritual. Para quien sepa resistir.

Tirso Lacalle

17 de diciembre de 2004 

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